Bajo las sombras de este árbol gigantesco se fundó el pueblo, todos acampaban aquí en busca de su sombra; el sembrador de arroz que recogía la cosecha, el que regresaba de un viaje de ganado, el que tallaba el totumo para guardar el suero o hacer las cucharas de palo del almuerzo, el que santiguaba las fiebres, el que sembraba la flor del naranjo para los azahares de la noche, el que daba de beber a los pájaros en cuencos de piedra, el que tejía hamacas con cepas de plátano, el que hacía canoas con las pieles de los caracolíes, el que tejía mochilas de cabuya para guardar los deseos, el que cantaba décimas al atardecer para espantar los miedos, el que se alumbraba en las noches sin luz con el brillo de las luciérnagas. El pescador de subiendas de bocachicos, el que contaba cuentos de espantos para domar las sombras, el que oraba para alejar a las serpientes, el que adivinaba con una vara dónde estaba el agua en tierras solas y sedientas, el que se refrescaba con la chicha de maíz al medio día, el que se embriagaba con la piña fermentada en las tinajas, el que domaba los caballos, el que le cantaba a la vaca mientras la ordeñaba, el que piloneaba el arroz para la cena, el viajero que se perdió en la lejanía y encontró este árbol y se hizo hijo de sus sombras. Ciudadano de las espesuras y las ciénagas, hombres y mujeres que regresaron y prometieron volver y se quedaron para siempre sin intuir que su promesa sería un destino. Nos veremos otra vez en el Carito, árbol y sombra, morada de los pájaros y los habitantes de la tierra, bajo esas ramas frescas y lejanas crece la música de la tribu, a la bella tribu de Alfredo Torres y Martha Páez Madera, Gustavo Tatis Guerra.